Las palabras son singularmente la fuerza más poderosa disponible para la humanidad. Podemos elegir utilizar esta fuerza de modo constructivo con palabras de aliento o destructivo usando palabras de desesperación. Las palabras tienen energía y poder y tienen la capacidad de ayudar, curar, entorpecer, herir, dañar, humillar o motivar, Yehuda Berg
Para comunicarnos de manera efectiva, debemos darnos cuenta de que todos somos diferentes en la forma en que percibimos el mundo y utilizar este conocimiento como guía para comunicarnos con los demás, Tony Robbins
La comunicación es el flujo o intercambio de información entre las personas, Wikipedia. Requiere un mensaje (QUE se comunica), un emisor (por QUIEN), un receptor (a QUIEN), un canal (a través de que medio) y un código (en que forma). Veamos sus principales características.
Todos estos elementos deben estar funcionando en perfecta armonía para que se produzca una comunicación interpersonal efectiva. Esto revela claramente la dificultad inherente al diálogo, los numerosos obstáculos a los que nos enfrentamos. Así, si el receptor no quiere escuchar al emisor, no le interesa el tema o está demasiado ocupado en ese momento será como si le hablara a la pared. Otros problemas están relacionados con el ambiente y el contexto físico: ruidos, distracciones, interrupciones, etc.
Típicamente, el receptor deberá ajustar su estilo comunicativo, evitar decir lo que es inoportuno, inapropiado o impertinente, ser claro y conciso y que su comunicación esté en sintonía, es decir, adaptado al receptor, al contexto y al medio.
En las muchas palabras no falta pecado, más el que refrena sus labios es prudente, Proverbios 10, 19.
Habla en voz baja, habla despacio y no digas demasiado, John Wayne.
También, es importante que conozcas y controles tu propio estado emocional. Por ejemplo, cuando estás airado o dolido, típicamente te será mejor relajarte y esperar a estar más calmado para comenzar una comunicación asertiva: Si eres paciente en un momento de ira, escaparás a cien días de tristeza.
Muchas veces los demás no nos dan su consentimiento, no colaboran o el diálogo se torna en una agria discusión, no porque no tuviéramos razón en lo que decíamos sino porque nos equivocamos en el cómo lo expresamos y verbalizamos, nuestro estilo no era el adecuado. No es lo que dices, en muchas ocasiones la chicha y el meollo está en cómo lo dices.
Debe estar en sintonía con la audiencia, el medio y el contexto. Estamos hablando de las necesidades del receptor, sus gustos y preferencias, las cuales influyen enormemente en la eficacia del mensaje: ¿Cómo es, piensa y se comporta habitualmente? ¿Cómo se encuentra ahora anímicamente? ¿Está predispuesto a la comunicación en este momento o, muy al contrario, está agobiado y estresado con mil y un quehaceres? ¿Cual es su conocimiento e interés respecto al tema o asunto en cuestión?
En otras palabras, gran parte de nuestro esfuerzo debe dedicarse a conseguir una predisposición positiva del receptor hacia nosotros y hacia el diálogo. Necesitamos entender al receptor y trasmitir nuestro mensaje de una manera que se adapte a él/ella, en el momento adecuado y en el lugar oportuno cuando el o ella esté receptivo.
¿Cómo se consigue? Existen muchos factores que debes tener en cuenta: inicia la comunicación con un saludo amigable, una sonrisa sincera y una actitud positiva; escucha activamente, al fin y al cabo, el diálogo es una comunicación interpersonal bidireccional; se amable y agradecido (“Quisiera darte las gracias por el detalle del otro día/por darme la oportunidad de reunirme contigo para hablar…”); necesitas empatía para comprender al otro, un sano sentido del humor, y humildad (por ejemplo, para reconocer tus errores, pedir perdón y rectificar); rehuye las críticas personales y juicios, utiliza siempre el diálogo constructivo que se centra en cómo podemos solucionar el problema y avanzar juntos hacia adelante.